El verdadero periodista se construye con ética y profesionalismo, no con arrogancia

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Editorial.

En el ejercicio del periodismo y la comunicación, cada profesional tiene el deber de mantener altos estándares de ética, respeto y compañerismo. Sin embargo, en los últimos tiempos, hemos visto cómo algunos que manejan medios digitales o comentan en pequeños programas de televisión se han erigido en jueces implacables de sus propios colegas, sin tener el criterio, la preparación ni la moral para hacerlo.

El periodismo es el cuarto poder del Estado, una profesión que exige no solo la capacidad de informar con veracidad, sino también un compromiso con la sociedad. No es suficiente tener un espacio en televisión o dirigir un medio digital; lo que realmente diferencia a un periodista de otro es su formación, su capacidad de análisis y su ética. Quienes se toman el tiempo de asistir a un aula, de capacitarse, de obtener una licenciatura, una maestría, de dirigir medios con responsabilidad y de contribuir con la sociedad desde la comunicación, son los verdaderos pilares de esta profesión.

En contraste, aquellos que dedican su tiempo a desacreditar a sus colegas, a señalar con ligereza y a destruir reputaciones sin pruebas, demuestran que no comprenden la esencia del periodismo. Su protagonismo se basa en el ruido, no en el conocimiento; en la polémica barata, no en la información veraz.

El verdadero periodista no necesita menospreciar a sus compañeros para destacar. Su labor, su trayectoria y su compromiso hablan por sí solos. Quien dedica su vida a servir, a informar con responsabilidad y a aportar valor a la sociedad, siempre será más y mejor ser humano que aquellos que solo viven para la crítica destructiva.

Ingrid Abreu.                                                    Directora

 

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